PABLO OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
JUNTAMENTE CON LOS PADRES DEL CONCILIO
PARA PERPETUO RECUERDO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
JUNTAMENTE CON LOS PADRES DEL CONCILIO
PARA PERPETUO RECUERDO
CONSTITUCIÓN
DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA*
LUMEN GENTIUM
CAPÍTULO VIII
EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
52. Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer, ... para que recibiésemos la adopción de hijos» (Ga 4, 4-5). «El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de
53. Efectivamente,
54. Por eso, el sagrado Concilio, al exponer la doctrina sobre la Iglesia, en la que el divino Redentor obra la salvación, se propone explicar cuidadosamente tanto la función de
II. Función de
55. Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen como a ponerla delante de los ojos. En efecto, los libros del Antiguo Testamento narran la historia de la salvación, en la que paso a paso se prepara la venida de Cristo al mundo Estos primeros documentos, tal como
56. Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a
Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino,
57. Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal [181]. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf.Lc 2, 34-35). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2, 41-51).
58. En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11). A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2, 29 y 51). Así avanzó también
59. Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1, 14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra. Finalmente,
III.
60. Uno solo es nuestro Mediador según las palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tm 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de
61.
62. Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna [186]. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo,
Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor; pero así como el sacerdocio Cristo es participado tanto por los ministros sagrados cuanto por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.
La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.
63.
64. La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera [191].
65. Mientas la Iglesia ha alcanzado en
IV. El culto de
66. María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos,
67. El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a
V. María, signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios
68. Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10).
69. Es motivo de gran gozo y consuelo para este santo Concilio el que también entre los hermanos separados no falten quienes tributan el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de
Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución dogmática han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, con la potestad apostólica que nos ha sido conferida por Cristo, juntamente con los venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y estatuimos en
Roma,
Yo, Pablo, Obispo de la Iglesia católica.
[173] Misal Romano, en el Canon.
[174] S. Augustín, De s. virginitate, 6: PL 40, 399.
[175] Cf. Pablo VI, Alocución en el Concilio, die 4 dic. 1963: AAS 56 (1964) 37.
[176] Cf. San Germán Const., Hom. in Annunt. Deiparae: PG 98, 328A; In Dorm., 2, 357. Anastasio Antioch., Serm. 2. de Annunt. 2: PG 89, 1377 AB; Serm. 3, 2: col. 1388C. San Andrés Cret., Can. in B. V. Nat. 4: PG 97, 1321B; In B. V. Nat. 1, 812A; Hom. in dorm. 1, 1068C. San Sofronio, Or. 2 in Annunt. 18: PG 87 (3), 3237BD.
[177] San Ireneo, Ad. haer. III, 22, 4: PG 7, 959 A; Harvey, 2, 123.
[178] San Ireneo, ibid.; Harvey, 2, 124.
[179] San Epifanio, Haer. 78, 18: PG 42, 728CD-729AB.
[180] San Jerónimo, Epist. 22, 21: PL 22, 408. Cf. San Agustín,Serm. 51, 2, 3: PL 38, 335; Serm. 232, 2: 1108. San Cirilo Jeros.,Catech. 12, 15: PG 33, 741AB. San J. Crisóstomo, In Ps. 44, 7: PG 55, 193. San J. Damasceno, Hom. 2 in dorm. B. M. V. 3: PG 96, 728.
[181] Cf. Conc. Lateranense, año 649, can. 3: Mansi, 10, 1151. San León M., Epist. ad Flav.: PL 54, 759, Conc. Calcedonense: Mansi, 7, 462. San Ambrosio, De instit. virg.: PL 16, 320.
[182] Cf. Pío XII, enc. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AAS 35 (1943) 247-248.
[183] Cf. Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1854: Acta Pii IX, 1, I, p. 616: Denz., 1641 (2803).
[184] Cf. Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950); Denz. 2333 (3903). Cf. San J. Damasceno, Enc. in dorm. Dei genitricis hom. 2 y 3: PG 96, 722-762, en especial 728B. San Germán Constantinop., In S. Dei gen. dorm. serm. 1: PG 98 (3), 340-348; serm., 3: 361. San Modesto Hier., In dorm. SS. Deiparae: PG 86 (2); 3277-3312.
[185] Cf. Pío XII, enc. Ad caeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954) 633-636; Denz., 3913ss. Cf. San Andrés Cret., Hom. 3 in dorm. SS. Deiparae: PG 97, 1089-1109. San J. Damasceno, De fide orth. IV, 14: PG94, 1153-1161.
[186] Cf. Kleutgen, texto reformado De mysterio Verbi incarnati, c. 4: Mansi, 53, 290. Cf. San Andrés Cret., In nat. Mariae, serm. 4: PG 97, 865A. S. Germán Constantinop., In annunt. Deiparae: PG 98, 321BC. In dorm. Deiparae, III: 361D. San J. Damasceno, In dorm. B. V. Mariae hom. 1, 8: PG 96, 712BC-713A.
[187] Cf. León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AAS 15 (1895-96) 303. San Pío X, enc. Ad diem illum, 2 febr. 1904: Acta I, p. 154; Denz. 1978a (3370). Pío XI, enc. Miserentissimus, 8 mayo 1928: AAS 20 (1928) 178. Pío XII, mensaje radiof., 13 mayo 1946: AAS 38 (1964) 266.
[188] San Ambrosio, Epist. 63: PL 16, 1218.
[189] San Ambrosio, Expos. Lc. II 7: PL 15, 1555.
[190] Cf. Ps.-Pedro Dam., Serm. 63: PL 144, 861AB. Godofredo de San Víctor, In nat. B. M., ms. París, Mazarine, 1002 fol. 109r. Gerhohus Reich. De gloria et honore Filii hominis, 10: PL 194, 1105AB.
[191] San Ambrosio, Expos. Lc. II 7 y X 24-25: PL 15, 1555 y 1810. San Agustín, In Io. Tr., 13, 12: PL 35, 1499. Cf. Serm. 191, 2, 3: PL 38, 1010, etc. Cf. también Ven. Beda, In Lc. expos. I, c. 2: PL 92, 330. Isaac de Stella, Serm. 51: PL 194, 1863A.
[192] Cf. Breviario Romano, antífona «Sub tuum praesidium», de las primeras vísperas del Oficio Parvo de la Santísima Virgen.
[193] Cf. Conc. Niceno II, año 187: Mansi, 13, 378-379; Denz. 302 (600-601). Conc. Trident., ses. 25: Mansi, 33, 171-172.
[194] Cf. Pío XII, mensaje radiof., 24 oct. 1954: AAS 46 (1954) 679; enc. Ad caeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954) 637.
[195] Cf. Pío XI, enc. Ecclesiam Dei, 12 nov. 1923: AAS 15 (1923) 581. Pío XII, enc. Fulgens corona, 8 sept. 1953: AAS 45 (1953), 590-591.