CATEQUESIS POR RADIO. ESCUELA RADIAL DE CATEQUESIS: octubre 2013

viernes, 25 de octubre de 2013

LUMEN GENTIUM CAPÍTULO VIII

PABLO OBISPO
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
JUNTAMENTE CON LOS PADRES DEL CONCILIO
PARA PERPETUO RECUERDO
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA*

LUMEN GENTIUM
CAPÍTULO VIII
LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, 
EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
I. Introducción
52. Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer, ... para que recibiésemos la adopción de hijos» (Ga 4, 4-5). «El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María» [172]. Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria «en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo» [173]
53. Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas. Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza» [174]. Por ese motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial,
54. Por eso, el sagrado Concilio, al exponer la doctrina sobre la Iglesia, en la que el divino Redentor obra la salvación, se propone explicar cuidadosamente tanto la función de la Santísima Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico cuanto los deberes de los hombres redimidos para con la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, especialmente de los fieles, sin tener la intención de proponer una doctrina completa sobre María ni resolver las cuestiones que aún no ha dilucidado plenamente la investigación de los teólogos. Así, pues, siguen conservando sus derechos las opiniones que en las escuelas católicas se proponen libremente acerca de aquella que, después de Cristo, ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros [175].
II. Función de la Santísima Virgen en la economía de la salvación
55. Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen como a ponerla delante de los ojos. En efecto, los libros del Antiguo Testamento narran la historia de la salvación, en la que paso a paso se prepara la venida de Cristo al mundo Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena, evidencian poco a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del Redentor. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3, 15). Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (cf. Is 7,14; comp. con Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23). Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de El la salvación. Finalmente, con ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad.
56. Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande. Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo [176]. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como «llena de gracia» (cf.Lc 1, 28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano» [177]. Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe» [178]; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes»[179], afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por María» [180].
57. Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal [181]. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf.Lc 2, 34-35). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2, 41-51).
58. En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11). A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2, 29 y 51). Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo» (cf. Jn 19,26-27) [182].
59. Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1, 14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original [183], terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial [184] y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf.Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte [185].
III. La Santísima Virgen y la Iglesia
60. Uno solo es nuestro Mediador según las palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tm 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta.
61. La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia.
62. Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna [186]. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora [187]. Lo cual, embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador [188].
Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor; pero así como el sacerdocio Cristo es participado tanto por los ministros sagrados cuanto por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.
La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.
63. La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo [189]. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre [190]. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al mensajero de Dios, dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno.
64. La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera [191].
65. Mientas la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos. La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo. Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y buscando y obedeciendo en todo la voluntad divina. Por eso también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres.
IV. El culto de la Santísima Virgen en la Iglesia
66. María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de «Madre de Dios», a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades [192]. Por este motivo, principalmente a partir del Concilio de Efeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso» (Lc1, 48-49). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia., a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los limites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1, 15-16) y en el que plugo al Padre eterno «que habitase toda la plenitud» (Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos.
67. El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos[193]. Y exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios [194]. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del Magisterio, expliquen rectamente los oficios y los privilegios de la Santísima Virgen, que siempre tienen por fin a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad. En las expresiones o en las palabras eviten cuidadosamente todo aquello que pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otras personas acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.
V. María, signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios
68. Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10).
69. Es motivo de gran gozo y consuelo para este santo Concilio el que también entre los hermanos separados no falten quienes tributan el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de Dios [195]. Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad.
Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución dogmática han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, con la potestad apostólica que nos ha sido conferida por Cristo, juntamente con los venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y estatuimos en el Espíritu Santo, y ordenamos que lo así decretado conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, día 21 de noviembre de 1964.
Yo, Pablo, Obispo de la Iglesia católica.

172] Símbolo constantinopolitano: Mansi, 3, 566. Cf. Conc. Efesino, ibid. 4, 1130 (cf. ibid., 2, 665 y 4, 1071); Conc. Calcedonense, ib. 7, 111-116; Conc. Constantinopolitano II, ibid. 9, 375-396, Misal Romano, en el Credo.
[173] Misal Romano, en el Canon.
[174] S. Augustín, De s. virginitate, 6: PL 40, 399.
[175] Cf. Pablo VI, Alocución en el Concilio, die 4 dic. 1963: AAS 56 (1964) 37.
[176] Cf. San Germán Const., Hom. in Annunt. Deiparae: PG 98, 328A; In Dorm., 2, 357. Anastasio Antioch., Serm. 2. de Annunt. 2: PG 89, 1377 AB; Serm. 3, 2: col. 1388C. San Andrés Cret., Can. in B. V. Nat. 4: PG 97, 1321B; In B. V. Nat. 1, 812A; Hom. in dorm. 1, 1068C. San Sofronio, Or. 2 in Annunt. 18: PG 87 (3), 3237BD.
[177] San Ireneo, Ad. haer. III, 22, 4: PG 7, 959 A; Harvey, 2, 123.
[178] San Ireneo, ibid.; Harvey, 2, 124.
[179] San Epifanio, Haer. 78, 18: PG 42, 728CD-729AB.
[180] San Jerónimo, Epist. 22, 21: PL 22, 408. Cf. San Agustín,Serm. 51, 2, 3: PL 38, 335; Serm. 232, 2:  1108. San Cirilo Jeros.,Catech. 12, 15: PG 33, 741AB. San J. Crisóstomo, In Ps. 44, 7: PG 55, 193. San J. Damasceno, Hom. 2 in dorm. B. M. V. 3: PG 96, 728.
[181] Cf. Conc. Lateranense, año 649, can. 3: Mansi, 10, 1151. San León M., Epist. ad Flav.: PL 54, 759, Conc. Calcedonense: Mansi, 7, 462. San Ambrosio, De instit. virg.: PL 16, 320.
[182] Cf. Pío XII, enc. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AAS 35 (1943) 247-248.
[183] Cf. Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1854: Acta Pii IX, 1, I, p. 616: Denz., 1641 (2803).
[184] Cf. Pío XII, const. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950); Denz. 2333 (3903). Cf. San J. Damasceno, Enc. in dorm. Dei genitricis hom. 2 y 3: PG 96, 722-762, en especial  728B. San Germán Constantinop., In S. Dei gen. dorm. serm. 1: PG 98 (3), 340-348; serm., 3: 361. San Modesto Hier., In dorm. SS. Deiparae: PG 86 (2); 3277-3312.
[185] Cf. Pío XII, enc. Ad caeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954) 633-636; Denz., 3913ss. Cf. San Andrés Cret., Hom. 3 in dorm. SS. Deiparae: PG 97, 1089-1109. San J. Damasceno, De fide orth. IV, 14: PG94, 1153-1161.
[186] Cf. Kleutgen, texto reformado De mysterio Verbi incarnati, c. 4: Mansi, 53, 290. Cf. San Andrés Cret., In nat. Mariae, serm. 4: PG 97, 865A. S. Germán Constantinop., In annunt. Deiparae: PG 98, 321BC. In dorm. Deiparae, III: 361D. San J. Damasceno, In dorm. B. V. Mariae hom. 1, 8: PG 96, 712BC-713A.
[187] Cf. León XIII, enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AAS 15 (1895-96) 303. San Pío X, enc. Ad diem illum, 2 febr. 1904: Acta I, p. 154; Denz. 1978a (3370). Pío XI, enc. Miserentissimus, 8 mayo 1928: AAS 20 (1928) 178. Pío XII, mensaje radiof., 13 mayo 1946: AAS 38 (1964) 266.
[188] San Ambrosio, Epist. 63: PL 16, 1218.
[189] San Ambrosio, Expos. Lc. II 7: PL 15, 1555.
[190] Cf. Ps.-Pedro Dam., Serm. 63: PL 144, 861AB. Godofredo de San Víctor, In nat. B. M., ms. París, Mazarine, 1002 fol. 109r. Gerhohus Reich. De gloria et honore Filii hominis, 10: PL 194, 1105AB.
[191] San Ambrosio, Expos. Lc. II 7 y X 24-25: PL 15, 1555 y 1810. San Agustín, In Io. Tr., 13, 12: PL 35, 1499. Cf. Serm. 191, 2, 3: PL 38, 1010, etc. Cf. también Ven. Beda, In Lc. expos. I, c. 2: PL 92, 330. Isaac de Stella, Serm. 51: PL 194, 1863A.
[192] Cf. Breviario Romano, antífona «Sub tuum praesidium», de las primeras vísperas del Oficio Parvo de la Santísima Virgen.
[193] Cf. Conc. Niceno II, año 187: Mansi, 13, 378-379; Denz. 302 (600-601). Conc. Trident., ses. 25: Mansi, 33, 171-172.
[194] Cf. Pío XII, mensaje radiof., 24 oct. 1954: AAS 46 (1954) 679; enc. Ad caeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954) 637.
[195] Cf. Pío XI, enc. Ecclesiam Dei, 12 nov. 1923: AAS 15 (1923) 581. Pío XII, enc. Fulgens corona, 8 sept. 1953: AAS 45 (1953), 590-591.



MARIOLOGÍA 1


Prof. Kitty Terán

·        

  1. L      La Mariología dentro de la Teología,
  2. ·        María en la Biblia
  3. ·        María en el Magisterio de la Iglesia: dogmas
  4. ·        María en la religiosidad popular
  5. ·        El catequista y la espiritualidad mariana

La Mariología dentro de la Teología
María está asociada a Cristo y por lo tanto a la Iglesia.
A Cristo en primer lugar por su fe. Ella es "dichosa por que ha creído" (Lc.1,45), pero además por su maternidad divina y el resto de sus privilegios.
Por su fe, es modelo y madre de todos los que creen en la palabra de Jesús formando la unidad de la Iglesia, por eso la Mariología debe ser un apéndice obligado a los tratados de Cristología  y Eclesiología.
A través de Cristo y de la Iglesia, María entronca directamente con los restantes tratados de la Teología, por lo que estos pueden entenderse en referencia a María.
Ella es la persona humana ejemplar que contempla la Antropología.
Ella es la primera que ha escuchado la Palabra de Dios y la ha puesto en práctica (Lc. 8,21; 11,28), es modelo de toda moral cristiana en seguimiento de Jesús.
En ella ya ha tenido lugar la glorificación definitiva que considera la Escatología, por eso es justo afirmar que la Mariología es la síntesis de toda la Teología.
En sentido literal: Mariología es la ciencia que tiene por objeto a María.
En sentido real: es la parte de la Teología que estudia a María, Madre del Redentor y de los redimidos, a la luz de la Revelación divina contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición eclesial.

Es necesaria una “Mariología”?

Podríamos decir que sí porque la Iglesia desde sus orígenes se mostró interesada en conocer la verdad sobre María. (cfr. García Paredes)

La Mariología tiene que ser enfocada correctamente para que no sea un obstáculo para lograr el verdadero conocimiento de Cristo.
Ha habido algunas formas de piedad  que parecían dejar en lugar secundario la figura de Cristo: altares de la Virgen profusamente adornados y enriquecidos, mientras que el lugar del Sagrario estába descuidado, por ejemplo.

Tendencias cristológica y eclesiológica

En la Mariología católica contemporánea existen dos tendencias fundamentales que se presentan como intentos de estructuración sistemática de toda la Mariología: una suele llamarse tendencia cristológica y otra tendencia eclesiológica.
La tendencia cristológica insiste ante todo, en la Maternidad divina de María.
De este principio fundamental se derivan todos los demás privilegios de María, los cuales se explican en un cierto paralelismo con los privilegios del mismo Cristo al que María está íntimamente asociada.                                               
La tendencia eclesiológica insiste en que el primer principio del que todos los demás se derivan, es que María es tipo de la Iglesia: existe un paralelismo entre María y la Iglesia y ese paralelismo hace que los privilegios de María deban entenderse en analogía con las notas o propiedades de la Iglesia.
Mariología de tendencia cristológica.
En esta tendencia, la maternidad divina es el primer principio de la Mariología.
El modo concreto como esta maternidad se realiza - consentimiento libre dado por María- muestra que la maternidad divina contiene una asociación de María a la obra de su Hijo: así María se hace a la vez, Madre y Esposa  (Asociada) de Cristo.
La cooperación de María a la obra de la salvación se explica por una estrecha asociación a su Hijo.
Tal cooperación no se limita al sí de la Encarnación.
María coopera junto a la cruz, ofreciendo sus dolores al Padre  por la salvación del mundo juntamente con los de su Hijo; el Padre habría aceptado juntamente, para la redención de la humanidad, la pasión de Cristo y la compasión de María.

Mariología de tendencia eclesiológica

Aquí el principio fundamental de la Mariología consiste en que María es tipo de la Iglesia.
Incluso la maternidad divina tiene como fin realizar en María un supremo prototipo de lo que es la Iglesia
Entonces, la maternidad divina constituiría el momento de formación de la Iglesia.
La formación de la Iglesia tiene sentido nupcial, que consiste en los desposorios del Verbo con la humanidad, a la que se une al tomar su naturaleza humana concreta.
Un auténtico desposorio no es concebible sin un mutuo intercambio de asentimientos.
No es imaginable un consentimiento de la naturaleza humana de Cristo previo a la Encarnación, ya que solo a partir de la Encarnación comenzará ella a existir.
La naturaleza humana de Cristo no puede ser portavoz del sí de la humanidad.                                                     
En el momento de la Encarnación, en este momento de formación de la Iglesia, María es prototipo de la humanidad, que da el sí a esta unión nupcial del Verbo.
La actividad materna de María se considera así: la humanidad ofrece libremente carne suya al Verbo, de modo que comience a constituirse el organismo de salvación (La Iglesia): Cristo- cabeza, por adhesión al cual se irá formando el Cristo-total.
El proceso maternal por el que María engendra y da a luz a Cristo, es prototipo del proceso con que la Iglesia engendra y da a luz a los cristianos.
Estas dos tendencias son para valorar.
Se nos puede ocurrir querer optar por una de las dos o llegar a la conclusión de que ninguna de las dos es plenamente satisfactoria y que la solución debe buscarse en una síntesis superior.
Sintetizando mucho podríamos decir que los dos sistemas se caracterizan por una referencia a la Iglesia.
 (Sección tomada de María en la historia de la Salvación.. C. Pozo- BAC-Madrid 1974)

El Concilio Vaticano II nos habla de María!

 Lumen Gentium, capítulo VIII
El Concilio Vaticano II tiene cuatro Constituciones además de otros documentos. Dos constituciones son dogmáticas, una pastoral y una constitución sobre la sagrada Liturgia.
Una de las cuatro Constituciones es sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (Luz de las gentes)
Consta de ocho capítulos en los que trata:
Cap I:         Misterio de la Iglesia
Cap II:        Pueblo de Dios
Cap III:       Constitución Jerárquica de la Iglesia y particularmente el Episcopado
Cap IV:       Los Laicos
Cap V:        La universal vocación a la Santidad en la Iglesia
Cap VI:       Los religiosos
Cap VII:     Índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la celestial
Cap VIII: La Bienaventurada Virgen María en la Historia de la Salvación

En este capítulo la constitución mostrará en su punto 53 cómo María es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios redentor y cómo ha sido redimida de modo eminente en atención a los méritos futuros de su Hijo.
Al ser la Madre de Dios Hijo, es la hija predilecta del Padre y el Sagrario del Espíritu Santo y antecede con su don de gracia tan alto a todas las criaturas celestiales y terrenas.
Asimismo está unida por su humanidad a todos los que debemos ser salvados y es madre de los miembros de Cristo por haber cooperado a que naciesen en la Iglesia  los fieles miembros de aquella cabeza.
En su punto 54 el Concilio manifiesta su intención que es -al exponer la doctrina de la Iglesia- aclarar la misión de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo Místico y los deberes de los hombres –en especial los creyentes- hacia la Madre de Dios .

Cuando el Concilio desea destacar el oficio de la Virgen María en la economía de la salvación, pondrá en su punto 55 los textos del AT  que describen la historia de la salvación en la cual se prepara el advenimiento de Cristo al mundo.

A partir de aquí hará un recorrido significativo por los textos del AT y del NT que prefiguran o se refieren directamente a María.
Destacará Gn 3,15 , Is 7,14 Miq 5,2-3 unidos a Mt 1,22-23 y pondrá de relieve cómo ella sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, llamándola excelsa Hija de Sión, donde se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía al asumir el Hijo de Dios de ella, la naturaleza humana.
El punto 56 aludirá a la contribución de María dando a luz la Vida misma y de qué manera Dios la enriqueció con los dones de tamaña dignidad. Por eso los Santos Padres la llamaban comúnmente Toda Santa e inmune de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva creatura, de la misma manera que la llamaban Nueva Eva.
Aludirá a los textos de Lc 1,28 -38

La imagen de la visitación de María a su prima Isabel , la profecía de Simeón en el momento de la presentación del Niño y la instancia de Jesús perdido y hallado en el Templo entre los doctores, estará destacada en el punto 57 entre los textos del evangelio de Lucas 1,41-2,41-51
Los puntos 58 y 59 mostrarán a María en la vida pública de Jesús, en su primer milagro en las Bodas de Caná,  Jn 2,1-11, cuando Jesús proclama Bienaventurados a los que oían y observaban como ella la palabra de Dios, Mc 3,35, Lc 11,27-28.
Mostrará a María al pie de la cruz Jn 19,25 y de qué manera fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo moribundo Jn 19,26-27.
Los Hechos de los Apóstoles 1,14, la encontrarán perseverando en la oración y se referirá la constitución a que enaltecida por el Señor fue asunta a la gloria celestial y coronada como Reina del Universo para que se pareciera más plenamente a su Hijo vencedor del pecado y de la muerte . Ap 19,16.

Los puntos 60 al 65 mostrarán a Cristo como único mediador pero destacarán que el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen María a favor de los hombres se apoya en la mediación de Cristo y fomenta la unión de los creyentes con Él.
Destacará que María es nuestra madre en el orden de la Gracia y como nos cuida con su amor materno la invocamos con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora, sin que esto agregue o disminuya la dignidad y eficacia de Cristo único Mediador.

La Iglesia le atribuye a María este oficio de manera subordinada.
María por el don de la maternidad divina con la que está unida a su Hijo redentor, está unida íntimamente a la Iglesia siendo tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y la perfecta unión con Cristo.
Atrae a los creyentes hacia su Hijo y hacia el amor del Padre y la Iglesia, buscando la gloria de Cristo, la Iglesia se hace más semejante a su modelo progresando en la fe, la esperanza y la caridad.

Los puntos 66 y 67 mostrarán la naturaleza y el fundamento del culto a la Virgen.
Destacará que su culto difiere al culto de adoración que se da solo a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Pide a todos los cristianos que cultiven generosamente el culto sobre todo litúrgico y que estimen las prácticas de piedad y la veneración de las imágenes, así como pide a los teólogos que se abstengan con cuidado de la falsa exageración como de una excesiva estrechez de espíritu al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios.
Pide el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres, Doctores y Liturgias de la Iglesia junto con el Magisterio y que eviten todo aquello que pueda inducir a error a los hermanos separados u otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.

Finalmente los puntos 68 y 69 mostrarán a María como signo de esperanza cierta y consuelo para el Pueblo de Dios peregrinante.
Destacará que los hermanos orientales tributan debido honor a la Madre del Señor lo cual es una alegría para el Concilio.
Pide que todos supliquemos a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que interceda ante su Hijo sean congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios para gloria de la Trinidad.

Esta Constitución se promulgó en San Pedro el 21 de noviembre de 1964.